La
lluvia de otoño caía contra las ventanas del dormitorio de Ronica.
La tempestad golpeaba sin gentileza los cristales causando una
melodía con múltiples voces singularmente rítmica y armoniosa.
Ésto la relajaba, y ella dejaba volar su imaginación a viejos días
pasados por agua. Días tan ancianos ya, como las arrugas que ahora
estaban relajadas en su rostro, atentas al repicar de las aguas del
cielo. Eran días en los que ella disfrutaba dilatar los momentos de
alcoba junto a su esposo. Ambos escuchando sobrecogidos la tormenta
bajo las mantas, sin más comunicación entre ellos que el amable
peso de una mano junto a la otra, y el silencio compartido que
permitía disfrutar de ese maravilloso tañido.