lunes, 27 de febrero de 2017

Taza de té caliente entre las manos



Taza de té caliente entre las manos. Agradable calor que calienta las palmas heladas. Manta sobre las piernas. Música agradable salida de una película de esas que generan recuerdos que bien podrían haber sido vividos en carnes propias. Ventana empañada, debido al contraste del calor de la habitación con el gélido aire exterior.

Pensamientos que vuelan…

Saboreaba el tiempo que le quedaba en aquel lugar, que no era demasiado. No era una mala vida.

Gente por doquier. Y no colegas de conversación superficial. Amigos con los que conectas de centro a centro. De corazón a corazón. Aunque con pequeños trozos de alma diferentes. Amigos que te abrazan y te traen de vuelta, que te hablan y te hacen viajar, que te sonríen y te hacen sentir afortunada.

Un trabajo muy estresante. Nunca había tiempo para terminar todo, o llevar las cosas al día de manera clara, limpia, en primera línea, tranquila. Pero una faena con vida, propósito, función y frutos, pese a la preocupación por no cumplir con la tarea a la altura de los niveles deseados.

Un enclave precioso. Una comarca sin delincuencia, sin falta de empleo y por tanto de jornal. En la que chicas jóvenes pasean por lugares oscuros a altas horas de la mañana sin peligro. Con curiosas portadas de periódico como “borracho pelea con lo que él cree hombre invisible”. Un lugar lleno de acantilados, calas vírgenes, pequeños bosques inesperados, puertecitas de gnomos en bases de árboles, gigantescos escualos vegetarianos y lugareños amables y plácidos.

Ya sólo le quedaba una semana para liberarse de la fuente de angustia, y unos pocos días más para despedirse del lugar.



¿Qué vendría después? Los vientos de cambio soplaban de nuevo...

martes, 14 de febrero de 2017

¿Cómo era él?




Estaba ahí antes. No obstante, era una de esas personas que forman parte de la ornamentación de los recuerdos. De esas que no estás segura de si estuvieron o no en momentos concretos, pero sabes que solían encontrarse en la tramoya de las escenas diarias.

Si me hubieran sentado fuera de alguna de las secuencias, para comentar el cortometraje, y me hubieran pedido que lo mirara, que dijera rápidamente, impulsivamente, lo que se me viniera a la cabeza de este personaje baladí ¿qué hubiera dicho?

Mmmm...  Me hubiera mordido el labio y hubiera mirado hacia algún punto en el techo situado a mi izquierda. Un amigo psicólogo me dijo una vez que es donde suele mirar la gente cuando tira de la imaginación, más que del conocimiento, a la hora de describir un hecho.

“Es una persona atractiva. Tiene rasgos agradables y claramente locales. Uno ve atributos de la zona en el diseño de sus ojos, su dentadura, la forma de su cara y la complexión de su cuerpo. Robusto. Su sonrisa es bonita. Sus ojos sinceros. Directo en sus palabras. Cercano con su mirada. Transmite carisma, pero no uno demasiado evidente. No de esos que llenan la sala, sino un elemento de esa sumatoria que hacen que el recuerdo esté más lleno de sonrisas y brisa familiar.”

Pero un buen día todo cambió, y este sujeto secundario, pasó a ser protagonista.