“ Nos adaptamos a nuestras
circunstancias. El tiempo que pasamos juntos fue especial y ahora
volvemos a la realidad”
Eso dijo él. Quizás en un intento de
hacerla bajar de las nubes.
Aunque ella no estaba segura de querer
bajarse de allí, siempre se había encontrado cómoda en los sitios
altos. Desde ahí se descubren nuevas perspectivas, se ve el grueso
del paisaje al completo, y se difuminan los detalles pequeños que no
forman parte del conjunto. A la vez, extrañamente, que ciertas
partes minúsculas se suman para dar riqueza y matices a la visión.
Y allí se encontraba. Sentada en la
cima del rascacielos. Sufriendo y amando el momento al mismo tiempo.
Los fuertes vientos amenazaban su
equilibrio, y la distancia a la que quedaba el suelo no era nada
despreciable. Pero ese frío en las mejillas, era al mismo tiempo
clarificador y agradable. También estaba la satisfacción de lo
complicado de llegar hasta allí.
Lo real es lo que se vive desde abajo,
en la ciudad, donde está todo el mundo. Caminar hacia el trabajo.
Pagar las facturas. 4 semanas de vacaciones al año. Esperar a que el
semáforo se ponga en verde. Ver la televisión. Quejarse de la
situación política. Respirar contaminación. Estar con los colegas
en el bar mientras tu cabeza está en otro sitio...
¡ Y una mierda!
Lo real es donde está tu alma. Lo real
es la locura de vivir al máximo y darle esquinazo a las rutinas, a
lo que se supone que debes ser y hacer, ese molde en el que se debe
encajar. Lo real es la locura de redibujar tu camino y no tener miedo
a desviarse. A lo mejor el desvío es mejor que el trayecto diseñado
en un principio. Lo real es ser uno mismo, sobre todo si tienes la
suerte de saber quien eres. Lo real era sostener su mirada...
“Creo que me quedaré aquí durante
un tiempo”. Se dijo entonces, a sí misma, mientras se percataba de
que las escenas que compartió con él eran una de las cosas más
reales que había vivido nunca.